Buena pregunta. El tiempo suficiente para que mis ojos se secaran por la falta de parpadeo y para que sintiera un peso en mi pecho, apretado por contener la respiración. Pero el tiempo suficiente para divisar el brillante pájaro marrón y azul que había venido a buscar. Acaba de salir de entre los altos juncos y está vigilando desde la roca que sobresale del agua.
© Thomas Alberer
El martín pescador es una especie que se puede encontrar en muchos países. Aunque el manto turquesa y el vientre marrón rojizo de cada subespecie brillen con mayor o menor intensidad según el continente, su coloración es siempre distintiva. Esta ave me ha fascinado desde que la busqué por primera vez en Sudáfrica y la observé con atención. Se podría decir que fue mi anfitrión al mundo de las aves sudafricanas. Un ejemplo perfecto está justo frente a mí en este momento. Pero esta vez no estoy en Sudáfrica. Estoy haciendo una pausa para comer... en el lago Chiemsee. Es el lago más grande de Baviera y está a solo media hora de mi casa. Los biólogos y ornitólogos han identificado aquí más de 300 especies de aves. Alrededor de la mitad son autóctonas, como cormoranes, cisnes, halcones... y el martín pescador. La otra mitad están de paso. En una de mis pausas para comer, un visitante especialmente exótico se acomodó en los juncos junto al martín pescador: un flamenco rosa.
Sí, ha leído bien.
© Thomas Alberer
Una vez al año se puede ver a este flamenco vadeando las aguas poco profundas sobre sus largas patas con un pintoresco telón de fondo alpino. Se encuentra a medio camino entre lo mágico y la realidad, por lo que a mucha gente le cuesta creer que lo puedan contemplar en el lago de su patria bávara. Incluso yo apenas podía creer lo que estaba viendo. Solo había visto flamencos una vez, en la agreste costa atlántica de Namibia. Pero si tenemos en cuenta las rutas de vuelo de muchas aves migratorias, todo cobra sentido: por ejemplo, el archibebe oscuro se reproduce principalmente en la tundra de Escandinavia y Rusia. Pasa el verano en el lago Chiemsee. Y se dirige al sur de África para pasar el invierno. La conclusión inversa es tan sencilla como fascinante: aquí, en las orillas del lago bávaro Chiemsee, sobre un fondo de picos alpinos, puedo observar el mismo pájaro que unos meses después puedo ver en África.
Nosotros somos quienes decidimos lo que vemos
Si me asalta el deseo de viajar, voy más veces al lago Chiemsee. Y desde allí por medio mundo. Se trata de vivir el momento y no de cruzar las fronteras. El escritor estadounidense Henry David Thoreau lo expresó perfectamente:
El mundo no empieza a girar de repente cuando vamos de vacaciones. Ni cuando cruzamos una frontera nacional. Empieza justo delante de nuestra puerta de casa.
Debo admitirlo: me llevó un tiempo comprenderlo. Casi diez años para ser exactos. Y tuve que viajar por 35 países antes de que me diera cuenta, en la cima de una montaña de mi región natal: no necesitamos viajar lejos para descubrir nuevas cosas.
No me arde tanto el deseo de viajar ahora que ya no tengo que buscar mi felicidad únicamente en lugares lejanos
Era uno de esos días otoñales en los que, en algún momento, alguien decidió que el otoño merecía ser celebrado con toda la paleta de colores dorados. Las hojas resplandecían con todos los tonos del espectro, desde el amarillo claro hasta el rojo intenso. Los prados y los árboles estaban cubiertos por un fino velo de escarcha que brillaba al amanecer. Y mientras la vista del resplandeciente lago Chiemsee era suficiente para que se me pusieran todos los vellos de punta, me vino a la mente la imagen de una excursión por las montañas Drakensberg en Sudáfrica.
El ambiente era exactamente el mismo.
La única diferencia es que entonces estaba contemplando las vastas llanuras de KwaZulu-Natal, en Sudáfrica. Y no junto al lago Chiemsee de Baviera.
Pero ahora ya lo sé: esta sensación no tiene nada que ver con Sudáfrica. Ni con el lago Chiemsee. Y aunque nos embriague una emoción especial cuando nos damos cuenta de que estamos realmente allí, en África, también es una sensación especial vivir momentos excepcionales sin tener que viajar a tierras lejanas. Momentos que se pueden repetir una y otra vez. Sin tener que pasar días viajando ni tener que calcular concienzudamente qué hacer durante el resto de días de las vacaciones.
Esta epifanía no ha cambiado en absoluto mi amor por viajar. Pero no me arde tanto el deseo de viajar ahora que ya no tengo que buscar mi felicidad únicamente en lugares lejanos. Los momentos más hermosos, esas experiencias que se quedan con nosotros para toda la vida, ocurren de forma inesperada y en el lugar menos esperado. Justo a las puertas de mi casa
y de la suya.
Acerca de
Franziska Consolati
Franziska Consolati (de soltera Bär) es autora y aventurera. Apenas había alcanzado la edad adulta cuando se embarcó en uno de sus primeros viajes por el Sáhara con los beduinos. En algún punto entre las dunas del desierto, se enamoró locamente de nuestro planeta. Desde entonces, ha viajado por medio mundo, se ha sumergido en distintas culturas y ha explorado la naturaleza salvaje más allá de los caminos trillados. Cada paso le ha hecho reafirmarse en la urgente necesidad de actuar para proteger nuestra Tierra. Franziska trabajó para una organización medioambiental durante cuatro años antes de convertirse en autora independiente, centrándose tanto en los viajes como en la protección del medio ambiente.