El fotógrafo Andre Schönherr hizo realidad un sueño de su infancia: viajar por los países que atravesaba la ruta de la seda. El valor añadido que aportaron los binoculares al viaje fue solo una de las muchas sorpresas.
Persona decididamente visual, el fotógrafo Andre pasa frenéticamente de imagen a imagen en busca de la fotografía perfecta que refleje la sensación de estar al borde del precipicio que se abre ante un vasto espacio abierto. Los países por los que se extendía la antigua Ruta de la Seda son legendarios por su grandiosidad, pero ¿cómo describir con precisión esa sensación? Seguramente, en su smartphone habrá una imagen que valga más que 1000 palabras.
El plan nunca fue recorrer la Ruta de la Seda, en un sentido clásico. La idea se gestó durante años hasta que fue tomando forma cuanto más compartía su sueño: primero con su amigo de la infancia, quien le ayudó a llevar el Land Rover hasta Turquía y, después, con su novia Kathrin, quien le acompañaría en la travesía desde Irán hasta Mongolia.
“No obstante, al final nada es realmente como uno se lo imagina”, afirma Andre de su viaje. “Fueron los imprevistos del camino los que dejaron una huella más permanente”.
Andre recuerda vívidamente una experiencia del valle Wakhan, en Tayikistán. Al otro lado del valle estaba Afganistán.
Gran parte del viaje es visual y las emociones acentúan las experiencias, motivo por el que algunas imágenes se arraigan con más fuerza: paisajes desérticos, picos de glaciares remotos y caballos pastando por amplias llanuras.
Para Andre y Kathrin, los binoculares aportaron otra dimensión a estas experiencias. Al visitar algunos de los puntos más icónicos de la Ruta de la Seda, los binoculares les ayudaron a discernir características arquitectónicas interesantes, e incluso a sacar fotos con un adaptador especial y su smartphone. Pudieron admirar con perfecta nitidez animales realmente icónicos de esta región, como camellos, gacelas y enormes buitres.
“La sensación de amplitud que se tiene ante estos paisajes es espectacular”, apunta Andre. “No es posible ascender cada pico ni cruzar de cabo a rabo un paisaje desértico y solitario. Pero con los binoculares se puede hacer zoom, descubrir detalles ocultos y disfrutar con mayor plenitud de todo lo que tiene por ofrecer cada lugar”.
No obstante, el valor de los binoculares durante sus largos viajes fue mucho más personal. Los binoculares fueron una excusa para iniciar conversaciones y romper el hielo. A menudo, los pastores utilizaban binoculares para controlar sus rebaños; Andre descubrió que compartir sus propios binoculares centraba la conversación en un elemento común que compartían dos culturas aparentemente tan distantes. A medida que avanzaba el viaje, el uso de los binoculares se hizo cada vez más natural e indispensable.
Antes de su larga expedición terrestre, los binoculares no formaban parte del equipaje de Andre. Solía tenerlos en la guantera del coche, costumbre heredada de su abuelo, cazador de las montañas del Tirol. Andre los utilizaba para echar un ojo a los íbices en la distancia o ver cómo ascendía un montañero. No obstante, en algún momento, los binoculares hicieron su propia transición de la guantera a la mochila, probando ser indispensables en las vastas llanuras de Asia Central.
“Mi novia y yo nos hemos acostumbrado a tenerlos siempre a mano”, afirma Andre. “Al principio, los utilizábamos para orientarnos mientras conducíamos, por ejemplo para visualizar un desvío en la distancia. Al cabo de poco tiempo, los utilizábamos todos los días para observar un objeto lejano o sacar una fotografía para compartir con nuestros smartphones. Con los binoculares, no te quedas con la duda de si te habrás pasado algo por alto. Porque puedes verlo todo de cerca”.
Andre Schönherr es fotógrafo de deportes y aventura del valle de Stubaital, en el Tirol.